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Juan Gabriel Espinel, ejemplo de superación

noviembre 26, 2019



Cartagena, 26 de noviembre de 2019.
En el cuerpo de Juan Gabriel Espinel se reflejan las cicatrices de un accidente atroz, que pudo haber acabado con su vida: su pecho, sus brazos, sus piernas, su cara denotan el sufrimiento por el que ha tenido que pasar. Y es que desde niño la vida parece haberle dado la espalda y dejarlo solo, sometido a la suerte.

Quedó huérfano desde que era niño: antes de los 14 años, estuvo con tres familias en San Gil, Santander, de donde es oriundo. Le pegaron, lo insultaron, fue humillado. No una, sino muchas veces. Todo parecía que estuviera tomando una forma que llevara a Juan Gabriel Espinel a convertirse en un rebelde de la sociedad.

Pero no fue así. Esos baches que le puso la vida los supo sortear. Encontró en el deporte, específicamente en el atletismo, el soporte para ser feliz, para salir adelante. Pero a su vez tenía que colaborar en la casa en la que se estaba quedando. Así que trabajaba. Lo hacía desde temprana edad puesto que por no tener papeles no pudo seguir estudiando. Lo hizo hasta segundo de primaria.

Cuenta con una experiencia amplia en el campo laboral: el campo, sembrando caña, trapiches, celador, jardinero, construcción, manejo de volquetas, bulldozer, perforando piedras y guía de turismo. Hasta los 22 años esos habían sido los diferentes puestos que había tenido. En todos cumplió de la mejor manera, de todos salió siempre con la frente en alto.

Ese recorrido lo llevó a tener muchos contactos en todas las áreas. Uno de ellos en la de la construcción. Un amigo, que se encontraba varado por unas rocas que tenían que ser estalladas. Él llamó a Juan Gabriel, a pedirle su ayuda, a solicitar de su experiencia en ese campo para poder continuar con la construcción que estaba realizando.

Espinel no hacia mucho había dejado ese trabajo, en ese momento era guía de turismo. Pero como siempre lo ha caracterizado la bondad, el querer ayudar a los otros, la empatía, sacó tiempo para no dejar a su amigo con ese problema. Así que armó la dinamita. Era un 31 de octubre de 2007, en la tarde: pegó los explosivos a las rocas. Eran siete. En la última tuvo que meterse a un hueco.

A lo lejos un grito, que fue el preludio de la tragedia. Un hombre desconcentrado malentendió el mensaje y accionó la carga. Dentro del hueco Juan Gabriel Espinel recibió una parte de la onda explosiva con la piedra, golpes, heridas por todo el cuerpo. Perdió el ojo izquierdo, le quedaron esquirlas en el derecho, lo que posteriormente obligó a que se lo sacaran.

Duró en coma un mes. “Después de llegar al hospital, lo próximo que recuerdo es el sonido de un radio, en el que se informaba la fecha: 1 de diciembre”, recuerda como si lo estuviera viviendo, con el mismo asombro. Desde ahí comenzó otra vida, no sabía qué hacer. Desde siempre estuvo solo y con ceguera todo parecía ensombrecerse.

No obstante, desde los 14 años llegó a una casa en la que el maltrato físico y psicológico mermó: la de María Isabel Gómez y Pedro Miguel Uribe. No eran casados, no tenían hijos. Recibieron a Juan Gabriel con los brazos abiertos, pero él se dio cuenta de eso una vez las dudas de quedarse sin hogar empezaron a golpear su cabeza.

María Isabel lo llamó y le reconfirmó su cariño: “tendrás donde dormir y comer hasta que nosotros fallezcamos”. Palabras reconfortantes, que llenaban a Juan Gabriel Espinel de esperanza e ilusión. La ceguera nunca fue un obstáculo para él. Tiene claro que es una segunda oportunidad, así que trata de disfrutar de todo lo que hace.

“Estoy aquí para demostrar que soy un ejemplo de superación”, dice con confianza y con la alegría que lo caracteriza. Con esa mentalidad encontró en la natación una aliada importante para superar obstáculos. Tenía buenos registros, buena capacidad, tanto así que se quedó con el bronce en los Juegos Nacionales de 2015.

Regresó a practicar atletismo. Empezó a conocer el sector paralímpico. También hizo paracycling, una disciplina que también lo arropó. En 2013 tuvo buenos registros en diferentes pruebas en la pista, pero cuando pasó a la ruta una caída le provocó una fractura de clavícula. Nuevamente, apareció la natación, esta vez como parte de su recuperación.

Fue hasta 2018 que se dio cuenta que existía el para triatlón. Participó con guía en una prueba en el Lago Calima. Quedó segundo. En 2019 cambió de compañero, porque el que lo acompañaba quiso seguir practicando el deporte en solitario. Así que en su vida apareció José Antonio Vargas, un exatleta, que se había dedicado a trabajar para poder subsistir.

Cuando se le dio la oportunidad Vargas no lo dudó y, aunque tenía unos kilos de más, se comprometió a bajarlos. Y así lo hizo. En marzo tuvieron su primera competencia en San Andrés: victoria. Y, desde mayo, estaban entrenado juntos para ponerse a punto para los Juegos Nacionales. Querían ir a Canadá, pero la negación en el visado del guía no lo permitió. También querían participar en un Grand Prix, en Valencia, pero tampoco fue posible, esta vez por cuestiones económicas.

En Cartagena cumplieron con el anhelo de quedarse con la medalla de oro en la prueba de para triatlón, que para ellos es un paso más en ese sueño de participar en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Aún no cuenta con patrocinadores, así que los busca a lo largo y ancho del país, pero no claudicará en ese intento. Hasta ahora ha cumplido los objetivos que se ha trazado y nada lo detendrá en esa búsqueda. No por nada la resiliencia es una de sus mayores cualidades.    


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